Con el paso del tiempo cambian las maneras de encontrar diversión por parte de la juventud. Tal vez por eso pasó lo que pasó.
Te cuento: desde mi habitáculo en el salón he visto imágenes temerarias en la pantalla del televisor. En ellas se veían jóvenes que saltaban desde acantilados hasta la superficie del mar, obnubilados claro está por la ausencia del temor que deja la inconsciencia de sus pocos años y el escaso conocimiento de las consecuencias del fatídico error. Luego escuché que uno de los “valientes” pagó su osadía con la muerte.
Y, continuando con esas diversiones cuyas “gestas”suelen colgar en Internet, vi también a otros “machotes” que se lanzaban desde los balcones de un hotel para hacer diana sobre la piscina en la planta baja.
Doy fe de que no me movió realizar gesta alguna. No. Si he de culpar a alguien es a la curiosidad que me domina y al el error conceptual que me produce el hecho de entrar o salir de un lugar, reconozco que nunca he tenido claro si cuando cruzo la puerta de un umbral o el alféizar de una ventana entro o salgo.
Te cuento: desde mi habitáculo en el salón he visto imágenes temerarias en la pantalla del televisor. En ellas se veían jóvenes que saltaban desde acantilados hasta la superficie del mar, obnubilados claro está por la ausencia del temor que deja la inconsciencia de sus pocos años y el escaso conocimiento de las consecuencias del fatídico error. Luego escuché que uno de los “valientes” pagó su osadía con la muerte.
Y, continuando con esas diversiones cuyas “gestas”suelen colgar en Internet, vi también a otros “machotes” que se lanzaban desde los balcones de un hotel para hacer diana sobre la piscina en la planta baja.
Doy fe de que no me movió realizar gesta alguna. No. Si he de culpar a alguien es a la curiosidad que me domina y al el error conceptual que me produce el hecho de entrar o salir de un lugar, reconozco que nunca he tenido claro si cuando cruzo la puerta de un umbral o el alféizar de una ventana entro o salgo.
Esa ignorancia fue la causante de que me precipitase al vacío. Yo superé con muchos metros las marcas estúpidas de los mozalbetes, y no me congratulo por ello sino todo lo contrario. Fui un torpe y un patoso.
Que quede claro que no pretendía suicidarme, ni demostrar nada a nadie. Fue un accidente sin más. Hoy puedo contarlo y doy gracias a mis padres y a mis abuelos y a la evolución genética de nuestra especie.
No era la primera vez que me subía en aquel alfeizar y observaba cómo cruzaban las palomas rozando mi ventana. Esa mañana salté sin comprobar primero la estrechez que había entre el marco y la hoja corredera de la ventana. Al hacerlo me golpeé en la cabeza y perdí el control, por eso resbalé ayudado por la humedad que brillaba sobre el alféizar metálico y resbaladizo.
Y caí, seguí cayendo, no había toldos, tampoco tendederos, vi a dos mujeres que fumaban en una terraza y yo seguía precipitándome hasta no se sabe dónde. Extendí mis manos y mis patas como murciélago en vuelo, erice mi larga cola para que se abrazara al viento y sentí un estruendo brutal que convulsionó mis entrañas.
Quedé tendido y aturdido, me pregunté si aún estaba vivo. Un volcán de estrellitas nubló mi vista. Era ceniza fría. Miré hacia las alturas y vi a
Que quede claro que no pretendía suicidarme, ni demostrar nada a nadie. Fue un accidente sin más. Hoy puedo contarlo y doy gracias a mis padres y a mis abuelos y a la evolución genética de nuestra especie.
No era la primera vez que me subía en aquel alfeizar y observaba cómo cruzaban las palomas rozando mi ventana. Esa mañana salté sin comprobar primero la estrechez que había entre el marco y la hoja corredera de la ventana. Al hacerlo me golpeé en la cabeza y perdí el control, por eso resbalé ayudado por la humedad que brillaba sobre el alféizar metálico y resbaladizo.
Y caí, seguí cayendo, no había toldos, tampoco tendederos, vi a dos mujeres que fumaban en una terraza y yo seguía precipitándome hasta no se sabe dónde. Extendí mis manos y mis patas como murciélago en vuelo, erice mi larga cola para que se abrazara al viento y sentí un estruendo brutal que convulsionó mis entrañas.
Quedé tendido y aturdido, me pregunté si aún estaba vivo. Un volcán de estrellitas nubló mi vista. Era ceniza fría. Miré hacia las alturas y vi a
las dos mujeres, una le dijo a la otra:
“Mira Juani, se ha caído un gato” .
Sentí que mis fuerzas se agotaban por momentos. Y fue ahí donde el dolor estaba en su fase más punzante y yo me dejaba acurrucar por el frío, cuando escuché voces familiares que gritaban desesperadas: “¡Sami, Sami!.
¡Ah! que alegría, pensé, estoy vivo y mis ojos de miel se humedecieron, no por el dolor que sentía sino porque necesitaba más que nunca aquellas caricias que tan bien conocía.
Luego me llevaron al veterinario que me hizo radiografías y le dijo a mis amigas que caer desde un séptimo piso y vivir para contarlo sólo estaba al alcance de un privilegiado. Tampoco creo que sea para tanto, digo yo, ¿O no?.
Luego me llevaron al veterinario que me hizo radiografías y le dijo a mis amigas que caer desde un séptimo piso y vivir para contarlo sólo estaba al alcance de un privilegiado. Tampoco creo que sea para tanto, digo yo, ¿O no?.
Aún perdura mi cara de susto