La frase del dia

12 diciembre 2011

VENECIA















Iglesia de S Antonio ( PÁDOVA)



BURANO



Catedral de S Marcos











Entrando en Venecia




















BURANO






S Antonio de Padua











Desde hace mucho tiempo deseaba visitar esa ciudad. Había oído hablar tanto de sus palacios y de su idiosincrasia como ciudad, que ardía en deseos por descubrirla y ver qué sensaciones me producía.
Lamentablemente la salud no me acompañaba al cien por cien, por eso tomé mis precauciones. No podía aplazarlo pues era un viaje concertado y las fechas no se eligieron al azar, sino que se combinaron de manera que perdiese los menos días posibles de vacaciones.
Partimos desde Barcelona y el vuelo duró una hora y cuarenta minutos. Venecia tiene dos aeropuertos, Treviso y Marco Polo. Nuestro avión tomó tierra en Marco Polo. Este viaje lo organizamos nosotros, por tanto, no había agencia que nos preparase las excursiones como otras veces.
Desde el aeropuerto hay, que yo sepa, dos opciones para llegar hasta Venecia, bien en autobús, o en vaporeto.




Después de una larga caminata con la maleta rodando a través de un largo y estrecho corredor protegido con uma mampara, que nos guarecía de la lluvia de mojabobos, llegamos al embarcadero que el viento zarandeaba con bastante fuerza sobre el agua.
La inestabilidad de aquella ruda plataforma metálica era un indicio de lo que íbamos a encontrar. Me sorprendió que su seguridad la proporcionaran unos troncos gruesos amarrados con cadenas en la parte superior e incrustados (tal y como me dijeron después) sobre el fango del agua.
El vaporeto avanzó a través de la laguna por una especie de “Autopista” enmarcada por troncos numerados que se sucedían marcando la ruta. Nos cruzábamos con otras embarcaciones que navegaban en sentido contrario.
A medio camino del trayecto encontramos a dos hombres que caminaban por el agua fuera de los pilotes de delimitación con sus respectivas escopetas y protegidos con petos de goma.
-
O esto es menos profundo de lo que parece o esos dos hombres llevan zancos- le dije a mi mujer, y argumenté- con tan poco profundidad estos barcos tan grandes encallarían.
Nuestro hotel estaba a unos doscientos metros de la plaza de San Marcos y más o menos a unos cien del Gran Canal.
Ese atardecer visitamos un museo de música en el que se exponían instrumentos de músicos celebres (Vivaldi era veneciano). La plaza de San Marcos iluminada es algo verdaderamente espectacular, de una belleza que sólo se imagina en los mejores sueños.



Al día siguiente hacía frío y viento, aunque un titubeante sol animaba a algunos valientes a tomar café en las terrazas de las cafeterías, donde una orquestina de música de cuerda, bajo un toldo que cubría el arco de la fachada de la cafetería, interpretaba temas populares.
Las góndolas, los vaporetos y toda clase de embarcaciones agitaban el agua de Gran Canal, sobre éste vertían sus aguas los canales callejeros coronados por puentes para el tránsito de los peatones.
¿Hay crisis? Sabemos que sí, pero según deambulábamos por las calles del interior, comprobamos que había un buen flujo de clientes, tanto en los restaurantes como en las tiendas comerciales. Muchas de éstas se dedican exclusivamente a la venta de máscaras venecianas. Seguramente la masiva afluencia de turistas permite que esa venta encuentre salida.

Dentro del casco urbano, me refiero a la zona por la que nosotros paseábamos, es decir, desde la Plaza de San Marcos hasta el Puente de Rialto, nunca vimos coche alguno, o moto. Los únicos "vehículos" rodados que ví (pude hacerlo a primera hora de la mañana desde la habitación del hotel) eran los carretones de los pintores y vendedores de souvenirs que instalaban su parada en la orilla del Gran Canal.
Durante nuestra estancia en Venecía y cada vez que navegábamos, había una interrogante que me perseguía constantemente y no era capaz de encontrar una respuesta con un mínimo de coherencia: ¿Cómo hicieron para poner las primeras piedras de aquellos palacios, si yo veía que el nivel del agua anegaba los bajos de la primera planta?


Esta cuestión se convirtió en una obsesión cada vez que avistaba el Gran Canal.
Otro detalle que observé fue que, cuando el vaporeto realizaba las paradas en las diferentes estaciones, la gente entraba en oleadas y algunos sacaban el billete que pinchaban en una maquinita. Nosotros pagamos lo que nos cobraron en taquilla, entre otras razones, porque la tentación podía acarrear una penalización de 150 euros, según ponía en un cartel dentro del vaporeto.
Visitamos Burano y Murano, pueblos venecianos célebres por la decoración coloreada de sus casas, por sus laboriosos trabajos de ornamentación con vidrio, bordados de hilo y también por sus canales fluviales.
Otro día realizamos una excursión en una especie de tranvía que nos llevó hasta Pádova, visitamos la iglesia de San Antonio de Padúa y allí compré un jarabe para que remediara mi convulsiva tos.
Viví muchas sensaciones placenteras porque Venecia es historia viva, belleza y leyenda y, me atrevería a decir que, un destino obligado para todo aquel viajero inquieto por comprender nuestro pasado.
Sobre las fachadas palaciegas aún se aprecia el esplendor y el poderío económico de la nobleza que la habitó en otro tiempo.

En definitiva, amigos blogueros, si podéis y tenéis ocasión, Venecia os espera con todas sus mágicas y racionales dudas y el primoroso esplendor aristocrático que quedó para la posteridad en una u otra orilla del Gran Canal.

19 octubre 2011

La muerte mentirosa

El ARTÍFICE DE ESTA HISTORIA: EL SEÑOR SALVADOR HERNÁNDEZ

PORTBOU -GERONA-


PORTBOU-GERONA-




REPUBLICANOS DE CAMINO A FRANCIA


ACTUAL ESTADO DEL CAMPO DE RIVESALTES (PERPIGÑÁN)


CAMPO DE REAGRUPAMIENTO EN RIVESALTES

CAMPO DE RIVESALTES -PERPIGÑÁN-


CAMPO DE RIVESALTES-PERPIGÑAN-



BAILE POPULAR EN TIEMPO DE GUERRA


PAISAJE DE PUIGCERDA



CERVERA -LLEIDA-


REPUBLICANOS EN UN PASO DE LOS PIRINEOS
http://www.youtube.com/watch?v=tMdgs4fE8fQ
(En este campo estuvo nuestro héroe particular. Campo que después fue aprovechado por los nazis según se visiona en estas imágenes)

Cerrábamos el anterior relato narrando el episodio sobre la desobediencia que el miedo produjo en el centinela y la imposibilidad de Salvador Hernández por conseguir que el soldado acatara la orden. El hecho que subyace en aquel encuentro no es otra cosa que la fortaleza moral de nuestro protagonista Salvador, a quién ni las atrocidades más grandes de la guerra consiguieron tambalear sus principios como ser humano.
Sabemos que, no habría pasado “nada”, e incluso hubiese estado admitido el crimen si se hubiese producido en aras de mantener la disciplina castrense. Sin embargo, la educación y otros valores aprendidos durante su infancia en Zarza de Pumareda se mantuvieron firmes y muy por encima de las atrocidades de la propia guerra.

- Salvador, ¿A qué hora coméis?- le pregunto.
- Más o menos sobre la una.
- Pues, se acerca la hora-
le digo mirando mi reloj
- volveré después de la siesta.
- Yo no echo siesta-
me dice él. Intuyo que está disfrutando con lo que estamos haciendo.
- Salvador yo me acuesto tarde siempre durante estas fechas- le digo- me viene bien una siestecita, así está uno después más fresco y con la cabeza despejada.
Salgo a la calle pensando en cómo ordenar el caudal de anécdotas que Salvador me ha contado. Me doy cuenta que estoy ante una oportunidad única y no quiero que la pereza me haga perder nada, absolutamente nada.
El sol arrea con saña y el pueblo entero parece dormido. Al cabo de un par de horas regreso a casa de Salvador.


LA MISTERIOSA CHICA DEL BESO


-¡Hola!- saludo al entrar. Igual que sucedió en la mañana, nadie responde.
Entro en la sala y la imagen es idéntica: Salvador permanece acomodado en su sillón rojo y tía Feli recostada sobre el brazo del sillón y bajo el efecto adormecedor de las medicinas.

- Salvador, me gustaría que me contases, si recuerdas, algún momento de los que viviste por allí que nada tuviera que ver con la guerra. ¿Tuviste alguna novia?-
le solté a bocajarro, mirando de reojo a tía Feli, quién parecía profundamente dormida.

Salvador se queda unos instantes pensativo. Le observo en silencio sin preocuparme del tiempo que tarda en llegar la posible respuesta.
- Novia, lo que se dice novia no llegué a tener ninguna- aclara, rascándose la barba del mentón en un gesto de masculina coquetería-
pero te voy a contar algo que a mi me resultó sorprendente.
- Cuenta, cuenta-
le incito
- Estábamos en un pueblo, ocupado, claro está, por los republicanos, y se organizó un baile. A mi me encomendaron la misión de vigilar que no hubiese altercados, es decir: borracheras, peleas, y esas cosa que puede traer la juventud, que siempre es juventud aunque esté en plena guerra. Y a veces a dos le gusta la misma muchacha y ya la tenemos liada más pronto o más tarde. Pues bien, durante el baile observé que una chica no me quitaba el ojo de encima. Al día siguiente iba paseando yo por el pueblo y la encontré en una de las calles. Se acercó y sin decir nada me dio un beso y marchó corriendo.
Al cabo de unos días vino una ambulancia al pueblo para llevarse a alguien, me acerqué y vi que era la chica del beso.
Pasó el tiempo y nos fuimos a otro pueblo y volví a verla, ahora era
madrina de guerra, cuya misión consistía en obsequiarnos con comidas y pequeñas meriendas. A partir de ahí nunca más volví a verla y yo seguí en el frente.


PRISIONERO EN EL CAMPO DE CERVERA (LLEIDA)
-Recuerdo que era el día 8 de Febrero cuando nos retirábamos las fuerzas republicanas hacia Puigcerda. Hacía un frío terrible. La carretera estaba completamente nevada. Aquello era una caravana humana de supervivencia. Encontrábamos coches abandonados en las cunetas. Soldados heridos que eran ayudados por otros soldados. Mujeres con niños en la espalda. Hombres con carretillos atestados de maletas. Mozalbetes con bicicletas cargadas con colchones. Todos sabiamos que aquella dureza era una puerta a la esperanza, que tras aquel dolor podrían llegar los días de sol que añorabamos de nuestra tierra. Atrás dejábamos la muerte, el hambre y la miseria más cruenta. En fin, nuestro campo tenía una cosa buena al menos para mí, el mar. Allí en en aquel reagrupamiento de españoles refugiados de guerra estuve tres meses.
Se empezó a comentar que si regresabas a España y no tenías delitos de sangre los nacionales no te hacían nada. Y , claro está, yo no tenía nada. Consideré que debía venir a España y nos trajeron con un tren que entró por Portbou y nos llevaron hasta un convento de Cervera- Lleida. Estaba lleno de republicanos con un aspecto poco agradable...

Salvador hace una pausa mientras da un sorbo al vaso de agua que tiene enfrente. Momento que aprovecho para preguntarle.

- ¿Durante aquellos días tenías noticias del pueblo?

- Ninguna. Antes yo les ecribía cartas, pero después fue imposible comunicarme.

- ¿Entonces tu familia no sabía si estabas vivo o estabas muerto?

- Esa es otra. Llegó un vecino al pueblo que había estado con los nacionales en el frente de guerra y le preguntaron por mi. Al decirle el lugar dónde creían que yo estaba, el dijo: ¡eso ha quedado todo achicharrado!

Se puede decir, Salvador-justificó- que esto no resultaba extraño, casi se podía esperar que un día u otro llegara una noticia así, pero espera, espera que te cuente.

- Estábamos en el campo de Cervera. Allí nos hacían cantar el cara al sol y además instrucción a todo meter. Cierto que eramos jóvenes, pero ya estábamos muy débiles. Para comer únicamente nos daban un vaso de alubias frías y un panecillo. Eso era la comida de todo el día. A veces nos la daban a primera hora. Otros días a última hora. Era una tortura. No podíamos asearnos.

Cada día llamaban a algunos presos por megafonia. Cuánta pena me daba ver cómo se esforzaban por superar los escalones con las escasas fuerzas que tenían. Los interrogaban y azotaban. Algunos regresaban con el perdón y seguían en el campo. Otros jamás volvimos a verlos.

Un día estaba yo tras la valla del campo y vi una silueta que me resultó familiar. "Si parece... pensé"

A los pocos minutos me llamaron. Acudí a la entrada del campo, sucio, desaliñado y avergonzado: ¡¡¡Mi hermano Pepe!!!

Nos abrazamos con el mayor sentimiento que te puedas imaginar. Fue tanta la emoción que, al soltarnos, él cayó hacia un lado y yo hacia el otro. Escribí a mis padres que me creían muerto y ya no tardé mucho en regresar a mi pueblo.

La gente me estaba esperando en la carretera y había una mujer que gritaba: "Yo nunca he visto a un rojo, quiero ver a un rojo". No sé qué esperaba.

Como te puedes imaginar todo era emoción, mucha alegría, y por mi parte muchas ganas de olvidar. Yo no quería contar nada triste que estropeara la alegría. La gente me besaba y abrazaba. Mi familia lloraba y mi padre cuanto me tuvo delante, me abrazó diciendo: ¡¡AY HIJO, YA TE TENEMOS EN CASA!!

En ese momento, Salvador, sacó el pañuelo, no para limpiarse la comisura de los labios.

- Estoy llorando- me dijo.

- Yo también Salvador- respondí cojiéndole con fuerza la mano que tenía apoyada en la mesa- has conseguido emocionarme. Muchas gracias. Será difícil olvidar este momento.

29 septiembre 2011

SANTA TECLA 2011












Pasó el 23 de Septiembre, festividad de Santa Tecla, patrona de Tarragona. Mediante este relato trataré de hacer un breve esbozo de los hechos más representativos.
Podríamos decir que “Els Castells” – castillos o torres humanas- se erigen como el mayor reclamo y festejo popular.
En Tarragona existen cuatro “Collas”, que en Salamanca llamaríamos peñas o cuadrillas, formadas por ciudadanos, todos tienen cabida y no hay límite o condición de edad.
El vestuario de estas collas es el hecho que las diferencia. Visten con camisa, faja y pantalón de payés (labrador). Indumentaria que portaban los viejos pescadores y también los agricultores en el pasado.
Evidentemente, cada colla tiene un color diferente aunque presente el mismo patrón en el diseño.
Conseguir que esas torres humanas ganen altura no es tarea fácil. Para lograrlo necesitan entreno durante todo el año.

Supongo que no acudirán siempre todos los componentes de la colla, pues algunas llegan a cuatrocientos afiliados. Afiliados que ni pagan ni cobran. Imagino que cuando realizan exhibiciones en otras ciudades y también en el extranjero sí cobrarán su cachet.
Como espectáculo, impresiona ver cómo las torres van ganado altura y, a veces, cuando flaquea la estructura humana y se derrumba, los golpes son tremendos y producen lesiones, tanto a los que caen como a los que forman la piña o base de la torre. No soy un experto en el tema pero creo que el máximo logro conseguido ha sido formar una torre de nueve estratos y cinco de aro.
El día 24, festividad de la Merced, es decir, un día después de Santa Tecla, las cuatro collas compiten en un acto muy emotivo. Levantan un pilar de cuatro personas de altura. Suben y bajan los veinte escalones que llevan hasta la puerta de la catedral, bajan por la calle Mayor enfervorizados y animados por el público, cruzan por la plaza de la Fuente que termina en la fachada del Ayuntamiento. Aquí el gentío es abrumador y los aplausos silencian el dolor del esfuerzo, que alcanza su punto culminante cuando el alcalde lanza la faja(imprescindible en la indumentaria castellera porque evita lesiones lumbares y renales) desde el balcón del ayuntamiento, sin soltar un extremo y el Xaneta (niño que corona la torre) es izado hasta el balcón, es en ese momento cuando la plaza rompe entusiasmada y emocionada.
Claro está, no siempre se consigue este logro, pues, rondarán los quinientos metros de sufrimiento que tiene el trayecto. Imagina, amigo lector-a, que te ponen cuatro personas encima de los hombros y has de caminar ese trecho. Debe de ser agobiante la sensación de asfixia y el dolor de quién soporta la torre, requiere tener unas condiciones físicas especiales y una capacidad encomiable de sufrimiento.
También es importante el gran número de grupos folclóricos que participan en los pasacalles y acompañan la reliquia de Santa Tecla (el brazo).
La mayoría de estos grupos tienen su origen en la época medieval y han pasado por vicisitudes que les hicieron desaparecer. Sirva como referencia: la peste; la guerra del francés o guerra de la independencia, que asoló la ciudad y la dejó con menos de 3.000 habitantes.
Desde el año 1.387 se tienen referencias históricas sobre la existencia del Ball de Diables, que representa la lucha del arcángel contra el diablo. Esta función era representada por el gremio de los tejedores del lino desde el 1514 hasta 1804. Luego lo hicieron los del gremio de boteros hasta que desapareció. Se recuperó en 1886.
Durante su representación se encienden tracas y fuegos artificiales y la juventud corre delante evitando que el fuego la alcance.
El fuego está presente como elemento festivo en un extenso grupo de animales, unos mitológicos, otros de ámbito religioso, ambos tienen su origen en el siglo XV y son llevados por gremios y cofradías.
Existe otro grupo de animales mitológicos que nada tienen que ver con el fuego, por ejemplo: el Águila (signo que distingue a las ciudades Reales). El León, la Cucafera(cucaracha) que representa a las fuerzas del mal(ahora reparte caramelos entre los niños).
Colaboran en la festividad los grupos de baile, Bastoners , danzan al ritmo del choque de los bastones y de los cascabeles con que se adornan sus piernas y brazos. Sería muy extenso enumerar la cantidad de grupos de baile folclóricos que animan las fiestas.
Por eso rara es la familia que no tenga algún participante dentro de los grupos o actos de Santa Tecla.
Para los que somos castellanos de pura cepa, se nos hace muy difícil calibrar el verdadero sentido a todo lo que he expuesto arriba. Hemos vivido y disfrutado otras costumbres desde la infancia y eso marca. Además, el trabajo no para, es muy difícil estar en las verbenas y demás actos y levantarte a las siete al sonar el despertador.
Este año mi familia fue al concierto de Raphael (el
de “Yo soy aquel”) y otro día fuimos a escuchar un recital de fados, una de mis debilidades musicales.
No voy a pasar por alto el torneo de Frontenis de Santa Tecla, que esta vez sí, se lo llevó uno que vosotros ya conocéis. Algo es algo, digo yo. Salva



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18 septiembre 2011

La inteligencia se ve en los ojos (Salvador Hernández)

Salvador, un prodigio de memoria y reflejos mentales.



Por treinta pesetas adquirió ese traje. Un tipo elegante




Una mañana de este Agosto pasado, después de las fiestas de San Lorenzo 2011, acudí a casa de mi tío Salvador. No era la primera vez que lo hacía. En visitas de años anteriores solía contarme episodios sufridos por él en la guerra civil. Esa mañana fue diferente, logró emocionarme y emocionarse.
Previamente había consultado la posibilidad de darle forma a través de un relato. Todo fueron facilidades porque el protagonista creía tener pendiente una cuenta conmigo, de tal modo que, había mandado recados a los familiares para que me aclarasen la duda que le preocupaba.
Con premisas tan evidentes todo se me ponía de dulce. Mi familia subió a Salamanca. Llevé varios folios y cuando cruzaba el frontón me sentí un poco incómodo, pensaba que Salvador seguramente estaría esperando. No me equivoqué en mis suposiciones.
Crucé el jardín y vi que la puerta estaba entreabierta. ¡Hola! Grite. Nadie respondió. Al entrar, la habitación tenía una discreta y cómoda claridad que trasmitía el frescor que en la calle el sol ahogaba.
Salvador esperaba cómodamente sentado en un sillón rojo. Filo, mi tía, dormía apoyada sobre el brazo del butacón, que estaba unido al de Salvador.


Los besé y Salvador me comentó cómo iban los achaques.
(Cuando ya han pasado de largo los noventa es un privilegio el hecho de poder contarlo. Y Salvador tiene una agilidad mental y una memoria que se escapa de la normalidad)
“Yo quería ser militar. Tenía un primo, Francisco, que era Brigada del ejército en Tarrasa (Barcelona). Dejé el campo y en tren me encaminé a Tarrasa. A los dieciocho días después de mi ingreso en el cuartel estalló la guerra civil. Ya ves qué panorama me esperaba”
Salvador se agita en el sillón, limpia una y otra vez la comisura de los labios con un pañuelo. La televisión está apagada y la tía Feli permanece quieta con la cabeza junto al brazo de Salvador. Éste observa cómo escribo. Le miro, tiene la piel blanca y los ojos que se ayudan del sonido para orientarse. En la calle no se oye nada.
-Salvador ¿me ves?
- El bulto... ya no veo.
Alzo un brazo y le pregunto: ¿Qué mano tengo levantada?
- La izquierda.
- ¿Y ahora?
- La derecha.
Me dispongo a tomar notas sin perder nada, mas Salvador se explaya en los parentescos como si yo los conociese.


“Ya hacía un año que había salido de la Zarza y tenía como compañero en el dormitorio a un comisario político. Fue el responsable de que de que me nombraran cabo del ejército republicano”
“Estuve en muchos frentes, Fornillos, Jaca, Barbastro, Quinto de Ebro, Sástago, por dónde pasa el Ebro, Caspe, Alcañiz, etc. Un día estábamos dentro de un búnker, yo llevaba una ametralladora, primero la checa, que tenía el cañón como de plástico y se calentaba; después tuve la metálica”

Salvador perdió por momentos el recuerdo del suceso que me quería contar, casi al instante retoma el hilo sin que yo haya hecho nada por recordárselo.
“Lo del búnker, estábamos en lo del bunker, sí, salí fuera y tenía a escasos metros los soldados nacionales. – ¡Que salgan todos!- ordenó el mando de los nacionales al ver que mis compañeros continuaban en el bunker. Los pobres estaban aterrados. Yo también. Ese día pensé que no salía vivo de allí. Me lanzaron una granada que pasó muy cerca. Pero tuve suerte y seguí vivo”
Por mi cabeza pasó la idea de preguntarle por los compañeros del búnker, pero no quise distraerle ni incidir en nada si él no lo comentaba.
“Mas adelante pude reunirme con republicanos en retirada, porque la Artillería de los nacionales nos obligaba. Nos agrupamos y yo era el único mando del grupo. Esa noche tuve un incidente que me marcó para siempre. Sucedió a la hora de asignar los centinelas que cubrirían la noche para avisar si merodeaba el enemigo.
-Tú harás la primera guardia, le dije a un soldado. Se negó, justificó que tenía mucho miedo.
Todos teníamos miedo, pero era la guerra, y si perdía la autoridad, en tales circunstancias, todo se perdería.
Desenfundé la pistola y le apunté a la cabeza.
-¡Si no lo haces te pego un tiro! – amenacé.
- Mátame.
No tuve valor, en ese momento supe que yo no servía para matar. Su turno de imaginaria lo tuve que hacer yo.”


CONTINUARÁ.