La frase del dia

09 abril 2018

Breve historia de la familia Carrasco

    

    
Puebla de Guzmán (Huelva)

Pantano de Villalcampo (Zamora)

Villalcampo

Camino de Guillena (Sevilla)

Estación de Guillena (Sevilla)






Fotos de Tomás y su hermano Miguel
    Con este escrito intentaremos hilvanar una serie de recuerdos de la familia onubense de Tomás Carrasco Martín, vecino de Zarza de Pumareda y con un pasado digno de un buen guión cinematográfico.
    De ningún modo pretendemos que derive el relato en un manifiesto con tintes políticos, es, a mi modo de ver, la resignada pureza de la supervivencia plasmada en cuatro letras.
    Después de la guerra civil continuaron los latifundios en Andalucía y Puebla de Guzmán (Huelva), localidad donde habitaba la familia Carrasco, era un claro ejemplo.
    El matrimonio, formado por Lorenzo y María,  era humilde y carecía de tierras para sacar a sus hijos adelante. Por eso, dada la proximidad entre Puebla de Guzmán y Portugal,  no le quedó otra alternativa que, cómo otras familias, sobrevivir gracias al contrabando realizado con los pueblos lusitanos que distaban a una veintena de kilómetros de Puebla. Claro está que para ello Lorenzo había acordado un pacto de comisión con los agentes de la guardia civil. Sin embargo, la avaricia de estos últimos no entendía de compromisos y forzaron un chantaje ruin y miserable amparado en la autoridad del uniforme que representaban.
    Sucedió que, un amanecer Lorenzo regresaba con una carga y fue sorprendido por la guardia civil. Le pidieron la mitad de lo que llevaba. Esa condición le pareció a Lorenzo excesiva y no aceptó.
    La represalia en forma de denuncia no se hizo esperar y acabó en la cárcel junto a su esposa María, embarazada,  su hijo Domingo y  el pequeño Tomás de tres años. En la prisión dio a luz a Miguel y aunque era obligatorio poner el nombre de Eduardo a  los nacidos en prisión, la familia Carrasco jamás lo llamó Eduardo sino Miguel. Mientras estaban en la cárcel les requisaron los dos únicos bienes que tenían como patrimonio: dos caballerías y la vivienda.
    Al recuperar la libertad se cobijaron en una casa modesta a las afueras del pueblo. En ese tiempo la hambruna asoló Andalucía. Lorenzo y María se las ingeniaban como podían para alimentar las criaturas. De vez en cuando y sin avisar se presentaba en casa el señorito de las tierras con la pareja de la guardia civil. Registraban la casa en busca de caza, o algún cerdo que faltara en la piara del señorito.
    No andaba desencaminado, pero el hambre azuzaba el ingenio y, aunque no había restos de sangre por ninguna parte, el cerdo estaba despedazado en un zulo debajo de la cama y después, para evitar sospechas, por la noche y en silencio, lo cenaban como única comida del día.
    A través del periódico “Pueblo” llegó la noticia de que en Alemania hacía falta mano de obra. Lorenzo marchó en un convoy ferroviario repleto de obreros españoles para el gobierno de Hitler. Sin embargo no eran huertas ni campo alguno el lugar de trabajo como Lorenzo esperaba los dos años de contrato. Los destinaron a unas minas de carbón. Era horroroso escuchar las sirenas y las carreras hacia los refugios ante las andanadas de la aviación aliada. Sus salarios los pagó el gobierno de Franco para saldar la ayuda que le prestó Hitler durante la guerra civil española.
  Lorenzo regresó a Puebla de Guzmán y la desnutrición empezó a causar la muerte de algunos niños. De nuevo asomó la esperanza al enterarse de que en Zamora necesitaban personal para construir un pantano.
    Acompañado de su hijo mayor, Domingo, con escasos 15 años, emprendió el camino a pie para recorrer los quinientos kilómetros separaban Puebla de Zamora. Durante el trayecto se cruzaron con una cuadrilla de obreros que regresaban de Villalcampo porque, según dijeron, en la obra  ya no necesitaban más personal.
    Entretanto, María se quedó en Puebla con cuatro hijos, la más pequeña recién nacida. Llegó el verano y continuó la misma miseria. La escasez de lo más básico la obligó a emprender la búsqueda de su marido antes de que las criaturas falleciesen de hambre. Estaba lejos, pero la alegría de encontrarlos le daba fuerzas para superar cualquier obstáculo con la pequeñita en brazos y los otros tres descalzos caminando a su lado.
   En los pueblos al pasar les daban comida, la imagen de la madre agotada y los niños ablandaban el corazón de la gente. Entonces, algún vecino o el propio ayuntamiento de los pueblos les ofrecían alguna techumbre o casa vacía para dormir. La guardia civil le aconsejó a María que durmiesen en los pueblos porque así sería más fácil conseguir ayuda si les ocurría algo.
    Ella tenía un objetivo claro y el agotamiento, la sed y el hambre apretaban demasiado, atrás quedaron 300 kilómetros de mucha penuria y excesivo castigo para las criaturas. En Cáceres acudió en su ayuda el buen corazón de la gente y el ayuntamiento les proporcionó los billetes de tren hasta Zamora.
    Una oleada de desánimo la invadió al llegar a Villalcampo y comprobar que nadie daba razón de su marido. Acudió a pedir ayuda al párroco.
    El buen hombre habló con los responsables de la hospedería y allí les dieron cada día un plato de comida. A modo de hogar encontraron una casita sin techo que cubrieron con retamas.
  Por su parte, Lorenzo y Domingo, regresaban caminando hacia Puebla. Al ser hombres la gente de los pueblos no era tan  solidaria como lo era con las madres.
    Al pasar por Guillena (Sevilla) encontraron trabajo para unos días. Continuaron ruta y el hambre era salvaje. En un camino encontraron un caballo muerto. Se arriesgaron y comieron.  Pocos días después Lorenzo murió de paludismo. Allí quedó sin saber qué hacer Domingo. 
    El ayuntamiento dónde ocurrió la desgracia se hizo cargo del viaje del muchacho hasta Puebla de Guzmán. Cuando llegó al pueblo no había nadie en la casa. Lo recogieron las hermanas de Lorenzo, sus tías Amparo y Marina.
   Por su parte, María encontró trabajo en Villalcampo lavando sábanas en el río. Tarea en la que le ayudaban sus hijos, Mari con trece años y Tomás con nueve. Allí le llegó la triste noticia del fallecimiento de su marido. Para recuperar a su hijo tuvo que presentar una serie de documentos. Continuaron viviendo en la modesta casita de Villalcampo y los pequeños acudían a la escuela del poblado. Domingo comenzó a trabajar en la obra del pantano y Tomás hizo lo propio al cumplir los catorce años.
   Las cosas iban mejorando y con el tiempo fueron rodando por diferentes obras de la comarca, Saucelle, Aldeadávila, Villarino, Almendra. etc.
    María se instaló en Zarza de Pumareda y Tomás la visitaba con relativa frecuencia cuando el trabajo se lo permitía. Por aquel entonces Otilia tenía 18 años y una mañana, que estaba lavando en las pozas de la Vega con María, fue cuando vio por primera vez a Tomás. Le pareció un joven muy guapo y en las fiestas de Santa Cruz de Masueco surgió el sentimiento que hizo posible que el día de San Lorenzo sellaran el compromiso.
    Esta podría ser una historia anónima de las muchas que se pierden en el olvido. Sin embargo, siempre hay quien, por nostalgia o admiración, quieren dejar constancia de esa lucha. Con la esperanza de que la odisea de la familia Carrasco no se pierda, escribo este relato de una familia que llegó del sur y vivió en Zarza de Pumareda durante más de cincuenta años. Quiero dejar constancia del profundo respeto y la admiración que me inspiran esos avatares, de una humilde familia, a la que el destino trajo a esta bendita tierra de Salamanca.